Cine y Valores

La Escuela de Pensamiento y Creatividad y la revitalización del Humanismo Cristiano

27 de enero de 2022

El pasado 8 de junio en la clausura del curso académico 2016/17, el profesor lópez Quintás pronunció unas palabras referidas a la revitalización del Humanismo Cristiano y el papel que, para tal propósito, cumple la metodología de la Escuela de Pensamiento y Creatividad de la fundación. A continuación pueden leer el texto íntegro de su intervención.

Hace unos díastuvo lugar en Budapest un foro internacional para fomentar en toda Europa una cultura de la vida, que se base en el respeto a la verdad, el cultivo de los grandes valores, la configuración de estructuras que fomenten la vida comunitaria. «Se necesita una regeneración a fondo de la cultura, el lenguaje, la vida intelectual» ‒se afirma con razón‒, pero no se sabe, a punto cierto, cómo llevar a cabo esa urgente labor. Se advierte que Europa debe que recobrar sus raíces cristianas, su cultura de alto voltaje, pero ¿cómo lograrlo?

            En un congreso celebrado en la universidad católica de Murcia, el cardenal Paul Poupard, Prefecto del Consejo Pontificio para la Cultura, manifestó que, si queremos superar la crisis cultural que padecemos, hemos de potenciar la inteligencia al máximo, movilizar las mentes, revolucionar los métodos… Pero, a la hora de precisar, no señaló un camino para conseguirlo.

            Cuando se habla de Europa y sus avatares, se indica, con frecuencia, que “debe volver a sus orígenes”, expresión recurrente desde que Juan Pablo II lo proclamó solemnemente en Santiago de Compostela. Pero los orígenes de Europa y el fundamento de su gran cultura fue el Humanismo Cristiano, y actualmente se da, a menudo, por consabido que se halla en una situación de agotamiento.

Entrevista de Peter Seewald a Benedicto XVI

            El periodista alemán Peter Seewald no tuvo reparo en plantearle al papa Benedicto XVI esta delicada pregunta:

«La Iglesia católica es la mayor organización del mundo, y funciona bien. Posee un culto propio, una ética propia y lo más sagrado de lo sagrado: la Eucaristía. Y, sobre todo, tiene la legitimación “de lo alto” y puede afirmar de sí misma: somos lo original, somos los custodios del tesoro. En realidad, más no puede pedirse. ¿No es, acaso, extraño o incluso un escándalo, que esta Iglesia no haga mucho más de ese potencial incomparable? (Cf.Luz del mundo, Herder, Barcelona 2010, p. 70).

            El Papa admitió que es un tema digno de plantearse, y se limitó a hacer dos observaciones:

1)    «Se trata del choque de dos mundos espirituales: El mundo de la fe y el mundo del secularismo. Lo decisivo es determinar dónde tiene razón el secularismo ‒es decir, dónde la fe tiene que hacer suyas las formas y figuras de la modernidad‒ y dónde tiene que oponer resistencia. Esta gran lucha atraviesa hoy el mundo entero».

2)    «Para vencer en esta lucha es necesario que los creyentes, conscientes del valor de su fe, se confronten con el secularismo y hagan una labor lúcida de discernimiento. Este enorme proceso es propiamente la gran tarea que se nos encomienda en esta hora. Sólo podemos esperar que la fuerza interior de la fe, que está presente en el hombre, llegue a ser después poderosa en el campo público, plasmando asimismo el pensamiento a nivel público, y no dejando que la sociedad caiga simplemente en el abismo. A menudo, uno se pregunta realmente cómo es que cristianos que son personalmente creyentes no poseen la fuerza para hacer que su fe tenga una mayor eficacia política». (Cf. o.c., 70-71).

 

            El periodista se permitió reargüir con la siguiente pregunta, más fuerte todavía:

«¿No se podría partir de la base de que, después de dos mil años, el cristianismo simplemente se ha agotado, del mismo modo que en la Historia de la Civilización se agotaron también otras grandes culturas?». (o. c., 71).

            La respuesta del Papa puede condensarse en estas palabras:

«Si observamos este asunto de modo superficial y sólo en Occidente, puede parecer que estamos ante una situación de agotamiento. Pero en otros países ‒por ej. Brasil y África‒ surgen constantemente nuevos movimientos. Por tanto, hay un vigor de surgimiento y de nueva vida. También en Occidente hay un despertar de iniciativas católicas, suscitadas por la alegría de personas jóvenes, al margen de una burocracia desgastada y cansada. Mi experiencia me permite ser optimista en cuanto a que el cristianismo se halla ante un nuevo dinamismo». (o. c., 72).

            El periodista no parece haber quedado muy convencido de las respuestas del Pontífice, porque vuelve a insistir en su visión pesimista, diciendo:

«Sin embargo, a veces se tiene la impresión de que hubiese una ley natural por la cual, en cierta medida, el paganismo recupera una y otra los territorios que han sido roturados y cultivados por el cristianismo». (o.c., 72)

            El Papa se limitó a insistir en su misma línea:

«La verdad del pecado original se confirma. Una y otra vez el hombre vuelve a caer de su fe, quiere volver a ser solamente él mismo, se vuelve pagano en el sentido profundo de la palabra. Pero una vez y otra se pone también de manifiesto la presencia divina en el hombre». (o. c., 72).

 

Cómo regenerar la cultura europea, básicamente cristiana

            Con toda razón advierte el Papa que en la Iglesia hay brotes de espiritualidad muy prometedores, por su fuerza juvenil y su compromiso espiritual renovador[1]. Pero en estos movimientos se advierte la necesidad de renovar los métodos de formación ‒sobre todo respecto a los jóvenes‒, un tipo de renovación que pude vivir de cerca en mi trato con la persona de Romano Guardini y el estudio a fondo de sus obras culturales y religiosas.

            Lo sugerido por el periodista Seewald respecto al Humanismo cristiano puede aplicarse también a la  cultura europea. Se halla en crisis, por haber confundido ‒como bien indicó Ferdinand Ebner‒ “vivir en el espíritu” y “soñar con el espíritu”[2]. El premio Nobel Alexis Carrel dio la voz de alerta hace tiempo[3]. Romano Guardini manifestó la necesidad de crear un “hombre nuevo”, que cultive la técnica pero dé sentido al poder dominador de la técnica. Recientemente, desde el Consejo Pontificio para la Cultura se levantaron voces autorizadas pidiendo una renovación cultural, una revolución de las mentes, una potenciación de la inteligencia[4].

            ¿Cómo realizar este incremento de la inteligencia? Si no lo aclaramos debidamente, nos quedaremos con una frase potente pero ineficaz. En la Escuela de Pensamiento y Creatividad queremos proceder siempre con máxima eficacia, bien convencidos de que un buen planteamiento de los problemas alberga una fuerza inmensa para resolverlos.

La clave radica en el conocimiento de la lógica propia de cada nivel de realidad                  

            Debemos ir a las raíces del pensamiento, y descubrir que podemos movernos en cuatro niveles positivos, distintos y complementarios. Lo descubrimos al ir desarrollando nuestro ser personal mediante el ascenso del nivel 1 al nivel 2; de éste al  nivel 3, y del 3 al 4. Al irlos viviendo con hondura, captamos su lógica propia, según la cual en el nivel 1 lo que se da se pierde, pero no así en el nivel 2, pues, si doy algo y me doy al mismo tiempo, suscito un entreveramiento de ámbitos y una experiencia reversible de encuentro, que nos enriquece a todos. Entonces me doy pero no me pierdo; me gano, en cuanto me enriquezco y desarrollo.

Lo grave es que, hoy día, es frecuente pensar la vida humana con categorías del nivel 1.

  • Se habla casi siempre de la libertad, pero con la intención soterrada de aludir sólo a la libertad de maniobra, la más elemental, la propia del nivel 1. Para evitar este empobrecimiento de la vida humana, la Escuela de Pensamiento y Creatividad subraya la existencia de una forma superior de libertad: la libertad creativa libertad interior, que va desde la libertad del intérprete que recrea una obra musical  hasta la libertad sublime de quien da la vida por salvar a un desconocido, como sucedió con el P. Kolbe en el infierno de Auschwitz. Cuando nos esforzamos en descubrir la forma de libertad propia de cada nivel, se nos clarifican mil malentendidos que bloquean nuestra vida personal.
  • Al desconocer esa riqueza del concepto de libertad, se habla del amor ‒sin matización alguna‒ y se alude casi exclusivamente al amor pasional, situado de nuevo en el nivel 1.
  • Se habla profusamente de la libertad de expresión, y se reduce el alcance del término “libertad” a los estrechos límites del nivel 1, donde significa expresarse con absoluta libertad de maniobra. Esa condición “absoluta” de la libertad de expresarse ‒sin tener en cuenta la necesidad de hacer justicia a las personas afectadas‒ es considerada con demasiada frecuencia como la bandera del llamado “progresismo”, cuando, en realidad, no significa un auténtico progreso en ningún sentido, sino un flagrante envilecimiento de la conducta humana, que, en el nivel 2, debe ser ineludiblemente respetuosa, afable y colaboradora.
  • Se habla de los derechos a decidir sobre la vida naciente o declinante, sobre la fragmentación unilateral del territorio patrio, sobre la igualdad económica de las distintas regiones del Estado, y siempre se empareja el término “derecho” con la mera libertad de maniobra.
  • Se produce actualmente mucho bullicio en torno a la mal llamada “ideología de género”, pero, si bien se mira, se trata del afán de someter las gentes a las condiciones de la lógica del nivel 1, que concede la primacía a la libertad de maniobra de cada individuo sobre su entorno, e incluso sobre su misma naturaleza. Los que conocen a fondo el proceso de crecimiento personal piensan, consternados, en lo que pierde cada persona al quedar confinada en los estrechos límites del nivel 1. Lo importante, en este caso, no es tanto “luchar” contra esta nueva orientación, sino analizar con la mayor lucidez los horizontes de libertad y riqueza espiritual que nos abre el salto del nivel 1 al nivel 2.

La regeneración de la cultura exige pensar cada realidad con las categorías propias del nivel al que pertenece

            Para devolver a la cultura europea ‒o incluso a toda la occidental‒ la alta calidad por la que optó durante siglos no hemos de recurrir tanto a luchas y campañas cuanto a un análisis sereno y penetrante de lo que ha de ser un pensamiento fiel a la realidad. Si, actualmente, los seres humanos solemos vivir preferentemente en el nivel 1 y modelar el pensamiento con las categorías propias del mismo, es de prever un desajuste gravísimo con las realidades propias de los niveles superiores. Sabemos que desde un nivel inferior no es posible captar lo que sucede en los niveles superiores: calibrar su modo específico de realidad, estimar justamente los valores característicos de tales niveles, hacer lo posible por elevarse de nivel. Un buen día, al terminar una conferencia sobre la verdadera significación del amor humano ‒visto con toda la riqueza de un auténtico encuentroun joven se me acercó y con aire complaciente me dijo: «Profesor, todo lo que ha dicho es muy bello, pero irreal; un buen cuento de hadas». Recuerdo que le contesté con la misma bondad con que él me habló: «Si yo viviera en el nivel 1, opinaría igual que usted». Estimo que no se le podía dar una orientación mejor en tan poco tiempo.

Si aceptamos un planteamiento falso, se acumulan los errores y bloqueamos el desarrollo personal

            Es indudable que para abrirnos los horizontes que corresponden a nuestro ser personal, debemos superar los límites y limitaciones propias del nivel 1 mediante el recurso de subir al nivel 2. Es increíble la multitud de posibilidades que se nos abren con sólo dar ese salto, que supone la transformación de la actitud de egoísmo en una de generosidad. El nivel 2  cuenta con realidades abiertas o ámbitos que nos ofrecen la posibilidad de vivir toda clase de experiencias reversibles, entre las cuales descuellan las de encuentro, tanto cultural como personal. En este nivel se superan toda suerte de relaciones de oposición ‒tan frecuentes en el nivel 1‒ y cobran valor ciertos conceptos propios de este nivel. Persona, experiencia reversible, encuentro, descubrimiento de los ideales de la vida…son conceptos que en este nivel 2 nos remiten a acontecimientos enriquecedores. Ya sabemos que en cada uno de los niveles positivos rige un lenguaje propio, un tipo singular de sentimientos, una forma de libertad específica…

            Si no acomodamos nuestro pensamiento, nuestros sentimientos, nuestro lenguaje y, por tanto, nuestros conceptos básicos a la lógica propia de cada uno de los cuatro niveles positivos de realidad, consideraremos como una conducta normal ‒y, más tarde, como normativa‒ la de quienes toman el nivel 1 como su hogar, su punto de partida y de llegada, su canon de vida, de pensamiento y sentimiento, su meta. Esto equivale a dejar fuera de consideración ‒ como algo distinto, distante, externo, extraño‒ el mundo de la creatividad (nivel 2), el de los grandes valores y la opción humana por ellos (nivel 3), y, en la cumbre, todo el mundo de las realidades religiosas (nivel 4).

            Nada extraño que esta cultura lleve a la secularización, la reducción del nivel 4 al nivel 3 ‒el de los valores‒, y éste ‒que exige mucha entrega, generosidad y elevación de miras‒ al nivel 2, y el 2 en  buena medida al nivel 1. Ya no se trata de que se haya secularizado la religión, lo que supone ya una decadencia; se ha disminuido la entrega a los grandes valores; se ha rebajado el voltaje moral de las personas, su capacidad de amor auténtico, su fidelidad a los principios que regulan nuestra conducta. En términos bélicos, podríamos decir que hemos cometido el error estratégico básico de “plantear la batalla en terreno enemigo”. Desde el punto de vista metodológico, diremos que, si aceptamos de hecho ‒sin una crítica bien fundamentada‒, que se planteen las grandes cuestiones de la vida con categorías y esquemas mentales propios del nivel 1, estamos favoreciendo la posición de los adversarios del Humanismo Cristiano[5].

            Ahora vemos con claridad que la compleja tarea de la regeneración cultural hemos de hacerla siguiendo unos pasos muy precisos:

  1. Lo fundamental es conocer por experiencia los distintos niveles de realidad y de conducta. Los conocemos por dentro y de cerca al vivir el proceso formativo de los doce descubrimientos.
  2. Al configurar nuestra vida en los distintos niveles, descubrimos por experiencia las diferentes lógicas de cada nivel.
  3.  Al conocer tales lógicas, cobramos una conciencia clara y firme de que los distintos niveles no se oponen entre sí; se complementan. Consiguientemente, nuestra actitud ha de ser integradora, no beligerante. Un buen melómano y, mucho más, un buen intérprete musical han de integrar los distintos niveles que constituyen la trama de una obra[6]. En la actividad empresarial, se recomienda hoy vivamente que se articulen internamente los distintos niveles de realidad que moviliza una empresa. Cuando, en su encíclica Caritas in veritate, afirma Benedicto XVI que la vida de la empresa llega a su plenitud cuando sus responsables encuentran la figura de Jesucristo y la asumen comprometidamente en su vida, no trata de recurrir a instancias externas y extrañas a la empresa para salvar, con ello, los escollos que puede provocar el egoísmo humano. Quiere algo más fundamental: que la actividad humana integre, como es debido, todos los tipos de realidad que están llamados a colaborar y que sólo un planteamiento superficial y unilateral ha mantenido  escindidos. Arriesgarse a plantear la vida empresarial con esta amplitud de miras y profundidad de planteamiento ¿significa que “el Humanismo cristiano está agotado”?
  4. De lo anterior se desprende con claridad que no podemos pensar las realidades superiores con categorías propias de los niveles inferiores, sobre todo el nivel 1. Si entendemos el matrimonio con categorías del nivel 1, el matrimonio se agosta, ciertamente, pero si lo analizamos cuidadosamente con conceptos de los niveles 2, 3 y 4, el matrimonio adquiere una dimensión inmensa, fertilísima. ¿Quién puede decir que la doctrina cristiana del matrimonio está en crisis porque ha dejado de ser fecunda?

Este método revalorativo genera de por sí la motivación necesaria para seguirlo

            Cuando la situación se halla muy convulsa y el declinar del pensamiento y de la fe se vuelve aparentemente irremediable, se requiere una renovación muy sólida y bien articulada. Nuestros jóvenes creyentes han de saber dar razón profunda y sugerente de su fe. Esto no afecta sólo al elenco de conocimientos que han de tener, sino al entusiasmo con que han de asumir y vivir esa doctrina de vida. Uno se entusiasma con un contenido religioso cuando le ofrece posibilidades creativas sobresalientes. Sólo la actitud entusiasta puede dar a nuestras propuestas un carácter sugestivo y convincente.

            Durante un tiempo, se convirtió en moda entre nosotros adoptar una actitud dubitativa, un afán de mostrarse inseguros como si eso fuese garantía de autenticidad, de pensamiento profundo y crítico. El auténtico pensamiento crítico es el que sabe discernir con seguridad lo que es constructivo y lo que resulta destructivo. Este afán de seguridad no denota una actitud autosuficiente, sino la voluntad firme de conseguir convicciones lúcidas y fecundas a través de modos exigentes de ascenso a los niveles más altos. Es hora de revalorizar el pensamiento fuerte, seguro de lo que afirma, porque es fruto de experiencias muy reflexivas  y fieles a la realidad cotidiana.

            Este entusiasmo gozoso lo inspira mi método formativo, basado en la distinción de ocho niveles de realidad: cuatro positivos y cuatro negativos. Al iniciar el proceso de crecimiento, te encuentras con una tarea creativa de transformación doble: transformar las realidades del entorno y transformar nuestra actitud respecto a ellas una vez transformadas. Esta segunda transformación de la actitud egoísta en actitud generosa es exigente, pero nos animamos a hacerla porque nos abre multitud de posibilidades: nos otorga un modo superior de libertad ‒la libertad creativa‒, nos permite crear modos superiores de unidad con las realidades que tratamos, nos elevamos al nivel del encuentro con obras culturales y con personas.

            Es tan grande y prometedor este nuevo escenario de nuestra vida, que aunque el verdadero encuentro te exija ser generoso, fiel, cordial, comunicativo…, lo intentas gustoso, porque el encuentro te permite descubrir el ideal de tu vida y optar por él. Una vez que tomamos el ideal de la unidad y sus afines ‒el de la bondad, la justicia, la belleza, verdad‒ como el canon de nuestra vida ‒el principio interior que orienta nuestra actividad‒, nos sentimos en verdad, que es nuestra gran meta. ¿Cómo no vamos a estar animados cuando seguimos este método? Si uno lo sigue con buen ánimo, ¿puede seguir hablando de “agotamiento del Humanismo cristiano”?

 

Según este método, ¿cómo podemos dar la llamada “batalla de las ideas”?

            Es necesario, ineludible, clarificar las ideas básicas: qué es la libertad, la verdad, qué son los derechos humanos, en virtud de qué los tenemos y hasta dónde alcanzan, por qué la vida merece un respeto incondicional… Pero antes de abordar este análisis de los temas, debemos clarificar con suma precisión los conceptos que movilizamos. Hemos de tener muy en cuenta lo siguiente:

  1. En nuestra vida nos encontramos con cuatro niveles positivos. Los vamos descubriendo a medida que crecemos como personas. Cada nivel ostenta una lógica propia, es decir, una forma específica de relacionarse unas realidades con otras. En el nivel 1, las normas se oponen a la libertad ‒la libertad de maniobra‒; en el nivel 2, normas y libertad se complementan. Para tocar el piano necesito normas, y cuanto más les obedezco, más libre me siento, con libertad creativa. Esto en el nivel 1 sería impensable.
  2. Actualmente, se vive muy a menudo en el nivel 1, el del manejo arbitrario de objetos para los propios fines. El lenguaje propio de este nivel refleja tal actitud. Así se explica que hoy se hable casi siempre de “la” libertad, como si sólo hubiera un modo de libertad, y se sobreentienda que se trata de la libertad de maniobra, que es la propia del nivel 1. Por eso cuando se habla de la libertad de expresión se da por hecho que esa libertad es ilimitada. Esto es fuente de graves desmesuras ‒que pulverizan a diario la fama, el honor y la felicidad de muchas personas inocentes‒, pero hay que saber de dónde proviene tan grave error. Si quiero discutir a fondo la cuestión de los límites de la libertad de expresión, he de saber que este tipo de libertad empobrecida es propia sólo del nivel 1. Si no se sabe esto, no hay manera de plantear el problema con garantías de clarificarlo debidamente.
  3. Algo semejante pasa con otros conceptos decisivos: el derecho al mal llamado “amor libre”, el derecho a la paternidad por cualquier medio, el derecho a decidir en cualquier orden de la vida, por ejemplo tomar medidas políticas ilegales…
  4. Cuando se opone la fe cristiana y el espíritu científico, se ignora que, según los mejores científicos del siglo XX, la ciencia moderna fue hecha posible por la convicción cristiana de que el mundo fue creado conforme a leyes, y esta ordenación interna significa una forma altísima de racionalidad, expresable en ese producto admirable de la inteligencia humana que es el lenguaje matemático. El asombro que nos sigue produciendo actualmente este hecho no puede tomarse precisamente como signo de agotamiento y decadencia cultural…
  5. La batalla de las ideas sólo es posible plantearla debidamente y ganarla si se cuenta con un método bien aquilatado, que nos permite comprender lúcidamente cada concepto según vaya surgiendo en la dinámica de nuestro proceso de crecimiento personal.

            Podríamos decir que esto supone empezar en cero, comenzar con un análisis que nos permita proceder con firmeza en nuestro proceso de crecimiento, con claridad, lucidez y decisión, porque sabe uno cómo debe comportarse con cada realidad: cómo se supera la libertad de maniobra, se acrecientan los modos de unidad que creamos con las realidades del entorno, se aumentan los derechos que tenemos sobre ellas, así como los deberes…

            Hemos de cultivar de veras la vida del espíritu, con todo cuanto implica. Y para no confundir vida en el espíritu y soñar con el espíritu, bien estaría tener en cuenta los análisis que realiza nuestra Escuela de Pensamiento y Creatividad y, sobre todo, mantener su espíritu de fidelidad al modo de ser de la persona. No se trata ante todo de vivir una vida exquisita –en literatura, arquitectura, pintura, música….‒; hay que vivir ascendiendo de nivel en nivel, realizando las transfiguraciones que necesitamos hacer para vivir en el nivel 2, y perfeccionar éste en el nivel 3, y de esta forma adentrarnos en el nivel 4. En este proceso se da el verdadero crecimiento en el espíritu, se potencia la vida intelectual, se practica una fructífera revolución en los métodos, se hace madurar la vida personal de forma ejemplar.

            Cuando hoy se proclama enfáticamente la necesidad de renovar las mentes, potenciar al máximo la inteligencia, regenerar la cultura desde sus raíces… en realidad se está pidiendo, simple y llanamente, que vivamos algo semejante al proceso de desarrollo que postula la Escuela de Pensamiento y Creatividad. Presenta éste un aspecto sencillo a primera vista y, por tanto, viable, pero moviliza lo mejor de nosotros mismos, y sin pretensiones desmesuradas realiza una verdadera transfiguración de la mente, el corazón, los sentimientos y la capacidad creativa.


 

[1] En los anaqueles de mi biblioteca tengo ante mis ojos buena parte de la obra escrita de los fundadores de los movimientos espirituales a que el Papa alude: Urs von Balthasar, Guardini, Giussani, Chiara Lubich, Kentenich… Viéndolos en conjunto, tras haber dedicado multitud de horas a su estudio detenido y cordial, siento una impresión de admirable vitalidad, no de agotamiento y decadencia senil.

[2] Cf. Das Wort ist der Weg  (Herder, Viena 1949) 87, 211.

[3] Cf. Réflexions sur la conduite de la vie, Plon, Paris 1950.

[4]Véase el artículo del cardenal Paul Poupard: “La luz de la inteligencia”, en Humanitas (Santiago de Chile, nº 13) 23.

[5] Para evitarlo, diversos pensadores contemporáneos muy creativos propusieron que se inicie la filosofía por el estudio de las realidades más valiosas y celebraron, por ello, la llamada “antropologización de la filosofía”. Recordemos, por vía de ejemplo, la figura de Hans Urs von Balthasar  y  August Brunner. Véase el apartado titulado “Sentido metafísico de la antropologización de la filosofía” en mi obra El triángulo hermenéutico (Publicaciones de la universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2015) 410-414.

[6] En la obra La experiencia estética y su poder formativo (Universidad de Deusto, Bilbao 32004)        expuse ampliamente los siete niveles de que constan las obras de gran calidad.

InnovaeLa Escuela de Pensamiento y Creatividad y la revitalización del Humanismo Cristiano